Quise ver mi cuarto vacío, tal y como estaba mi corazón.
Quise deshacerme de cualquier sueño, pintar las paredes de negro
Quise tirar todo lo que ella me había dado, "no quería amar lo que tendría que olvidar"
Recuerdo las mañanas frías en las que me levantaba muy temprano, aún acompañada por ella los primeros días, y de regreso, también me estaba esperando ahí, en medio del camino. Nadie lo hacía de esa manera; todos los demás salían en pequeños o grandes grupos, dirigidos hacia destinos diferentes y totalmente desconocidos por mí. Al llegar, me divertía tomando fotos de mi jardín; de árboles y abejas que zumbaban cerca de ahí, hacía los deberes, tomaba un baño caliente y me iba a acostar temprano, rezando por que ningún monstruo fuera a atormentarme en pesadillas. Al día siguiente, era lo mismo, la misma rutina de siempre; escuchar, atender, fingir un teatro. Creo que nunca hice nada que no estuviera ya "planeado". Excepto... llorar. Y ser un alien. Tanto afuera como adentro, me sentía como un alien.
Un día de entre todos esos, un chico me llamó "bruja", y yo estuve contenta con ello. Me gustan esas cosas, e incluso llegué a desear que una se me apareciera. Quería deleitar a mis ojos con cosas sobrenaturales. Quería que alguien me hablara de profundos secretos y misterios desconocidos por la gente cualquiera. Todo estaba yendo a marcha perfecta; mis calificaciones eran de las mejores, había ganado la simpatía de mis compañeros, pude entrar a clases de dibujo, impartidas por un profesor que conversaba como un loco, la directora me dio un cumplido por mis ojos, los chicos se atrevían a invitarme a salir; mi caparazón se iba rompiendo, poco a poco. Mis amigos dentro de este aparato, empezaban a mostrar signos de mayor madurez, leían grandes obras y vivían tragedias... Mientras tanto, yo seguía sintiéndome incapaz de llegar a ellos, de decirles algo que fuera de ayuda. Recuerdo que tomé mi libreta y escribí unas cuantas cosas, dibujé garabatos, escribí mis deseos... Lo deseaba a él, y deseaba estar con él y ayudar. Me siento egoísta ahora. Conseguí aquel libro, y pareciera ser que desató una cadena; me regalaron escritos, cuentos, libros... Y me compraban muchos más, los leía vorazmente.
Recuerdo también una linda rosa roja...
Llego a la conclusión de que... quizá tanta atención me abrumó. No sabía cómo decir "no". Pero pronto sería mi cumpleaños, y ... tampoco quise que el mundo explotara en fervor al respecto. Y no tendría por qué, lo sé, pero, rayos, una pequeña reunión habría sido bueno. Eso le tocaba a mi contraparte, hacerme más feliz, hacer algo por "mí" ... La odio. Un día, como si nada, se cansó, se salió, se hartó; se apagó. Dejándome sola y confundida. Y lo que es peor... sin hambre. Sin hambre de absolutamente nada. Sólo un día, de entre todos esos días llegó a visitarme; llevaba un vestidito de color naranja con puntos blancos y su saquito color negro. Se le veía ahora frágil, con grandes ojos lagrimosos y llevaba ahora el cabello muy muy corto. La saludé al entrar. Comimos pastel de chocolate. Sabía agrio. Me felicitó y se despidió pronto. Mientras la veía alejarse, sabía que algo muy malo le estaba sucediendo, pero nunca me dijo qué era, y siguió caminando entre todo ese mar de gente...
Por las noches, volví a tener pesadillas. Soñaba con una gran luna y el mar... y ella ahí, sobre un acantilado, una torre, un castillo, o un balcón. En otros sueños, la veía sobre el marco de una ventana, con una guitarra entre los brazos y las cortinas ondeaban suavemente con el viento.
Pasé muchos años de mi vida durmiendo, esperando que ella y su alegría volvieran a tocar mi corazón. Hice muchos cambios a mi habitación, o creo que se hicieron solos... El mueble blanco había ennegrecido; los sacaron, me quedó el marco del espejo, donde coloqué una pintura. La cama, el colchón... también los habían tirado, reemplazándolos con un catre demasiado incómodo, después fueron colchones inflables, y después... sólo una cobija en el suelo. Ni siquiera supe cómo pasó todo eso. Y adiós también a mis mueblecillos blancos con calcomanías que pegué a los costados. Cada día me sentía más vacía, y los libros que tenía ahí arrumbados junto a otras cosas, no ayudaban en nada. La extrañaba. La extrañaba mucho, pero de ella, he de admitir, también me olvidé un tiempo. Quién sabe, tal vez andaba allá afuera, jugando a hacerse la grande y llenándose de influencias demasiado viejas y demasiado inútiles para ella y este tiempo.
Fue casi a finales de año que abrí la ventana por las tardes. Ponía suaves melodías y llantos melancólicos, y gracias a ello, mis sentimientos comenzaron a brotar desde el fondo de mi ser, palabras que nunca llegué a escuchar o ver en vida, llenaban mi cabeza. Tenía que escribirlo. Llené hojas y hojas de poemas... dirigidos hacia ella. Y también le pinté las paredes de su habitación, y traté de pintar con acuarelas bonitos paisajes, y otras cosas que se me ocurrían. Al terminar una pintura, me levantaba y me mareaba un poco, enseguida su figura se aparecía ante mí, y yo empezaba a inventar un gran discurso sobre mi obra; describiendo lo que sentí al pintarla, los colores que usé, todo a gran detalle. Me entusiasmaba mucho. Me sentía muy feliz cuando pensaba que ella llegaría y me daría un gran aplauso, haciéndome sentir orgullosa. Otras veces cantaba mirando al cielo y su rostro siempre veía formarse sobre las nubes. En las noches, rendida por un sueño que no llegaba, me levantaba de la cama y prendía la estufa, colocaba la tetera y esperaba... ante el cristal del ventanal, viendo cómo ese inmenso árbol danzaba suave con el viento. Me imaginaba a mí misma como una de sus hojas. Hasta que el sonido del agua hirviendo me sacaba de mis pensamientos. Tomaba aquella infusión, sola, sentada ante la mesa, y en suma oscuridad. Sabía a lavanda y frutos rojos y después de media taza me hacía pestañear. La dejaba en el lavabo, o a veces me la terminaba ya en mi cama. Y así, me echaba todas las cobijas encima, sin preocuparme por el día de mañana ...
Quise deshacerme de cualquier sueño, pintar las paredes de negro
Quise tirar todo lo que ella me había dado, "no quería amar lo que tendría que olvidar"
Recuerdo las mañanas frías en las que me levantaba muy temprano, aún acompañada por ella los primeros días, y de regreso, también me estaba esperando ahí, en medio del camino. Nadie lo hacía de esa manera; todos los demás salían en pequeños o grandes grupos, dirigidos hacia destinos diferentes y totalmente desconocidos por mí. Al llegar, me divertía tomando fotos de mi jardín; de árboles y abejas que zumbaban cerca de ahí, hacía los deberes, tomaba un baño caliente y me iba a acostar temprano, rezando por que ningún monstruo fuera a atormentarme en pesadillas. Al día siguiente, era lo mismo, la misma rutina de siempre; escuchar, atender, fingir un teatro. Creo que nunca hice nada que no estuviera ya "planeado". Excepto... llorar. Y ser un alien. Tanto afuera como adentro, me sentía como un alien.
Un día de entre todos esos, un chico me llamó "bruja", y yo estuve contenta con ello. Me gustan esas cosas, e incluso llegué a desear que una se me apareciera. Quería deleitar a mis ojos con cosas sobrenaturales. Quería que alguien me hablara de profundos secretos y misterios desconocidos por la gente cualquiera. Todo estaba yendo a marcha perfecta; mis calificaciones eran de las mejores, había ganado la simpatía de mis compañeros, pude entrar a clases de dibujo, impartidas por un profesor que conversaba como un loco, la directora me dio un cumplido por mis ojos, los chicos se atrevían a invitarme a salir; mi caparazón se iba rompiendo, poco a poco. Mis amigos dentro de este aparato, empezaban a mostrar signos de mayor madurez, leían grandes obras y vivían tragedias... Mientras tanto, yo seguía sintiéndome incapaz de llegar a ellos, de decirles algo que fuera de ayuda. Recuerdo que tomé mi libreta y escribí unas cuantas cosas, dibujé garabatos, escribí mis deseos... Lo deseaba a él, y deseaba estar con él y ayudar. Me siento egoísta ahora. Conseguí aquel libro, y pareciera ser que desató una cadena; me regalaron escritos, cuentos, libros... Y me compraban muchos más, los leía vorazmente.
Recuerdo también una linda rosa roja...
Llego a la conclusión de que... quizá tanta atención me abrumó. No sabía cómo decir "no". Pero pronto sería mi cumpleaños, y ... tampoco quise que el mundo explotara en fervor al respecto. Y no tendría por qué, lo sé, pero, rayos, una pequeña reunión habría sido bueno. Eso le tocaba a mi contraparte, hacerme más feliz, hacer algo por "mí" ... La odio. Un día, como si nada, se cansó, se salió, se hartó; se apagó. Dejándome sola y confundida. Y lo que es peor... sin hambre. Sin hambre de absolutamente nada. Sólo un día, de entre todos esos días llegó a visitarme; llevaba un vestidito de color naranja con puntos blancos y su saquito color negro. Se le veía ahora frágil, con grandes ojos lagrimosos y llevaba ahora el cabello muy muy corto. La saludé al entrar. Comimos pastel de chocolate. Sabía agrio. Me felicitó y se despidió pronto. Mientras la veía alejarse, sabía que algo muy malo le estaba sucediendo, pero nunca me dijo qué era, y siguió caminando entre todo ese mar de gente...
Por las noches, volví a tener pesadillas. Soñaba con una gran luna y el mar... y ella ahí, sobre un acantilado, una torre, un castillo, o un balcón. En otros sueños, la veía sobre el marco de una ventana, con una guitarra entre los brazos y las cortinas ondeaban suavemente con el viento.
Pasé muchos años de mi vida durmiendo, esperando que ella y su alegría volvieran a tocar mi corazón. Hice muchos cambios a mi habitación, o creo que se hicieron solos... El mueble blanco había ennegrecido; los sacaron, me quedó el marco del espejo, donde coloqué una pintura. La cama, el colchón... también los habían tirado, reemplazándolos con un catre demasiado incómodo, después fueron colchones inflables, y después... sólo una cobija en el suelo. Ni siquiera supe cómo pasó todo eso. Y adiós también a mis mueblecillos blancos con calcomanías que pegué a los costados. Cada día me sentía más vacía, y los libros que tenía ahí arrumbados junto a otras cosas, no ayudaban en nada. La extrañaba. La extrañaba mucho, pero de ella, he de admitir, también me olvidé un tiempo. Quién sabe, tal vez andaba allá afuera, jugando a hacerse la grande y llenándose de influencias demasiado viejas y demasiado inútiles para ella y este tiempo.
Fue casi a finales de año que abrí la ventana por las tardes. Ponía suaves melodías y llantos melancólicos, y gracias a ello, mis sentimientos comenzaron a brotar desde el fondo de mi ser, palabras que nunca llegué a escuchar o ver en vida, llenaban mi cabeza. Tenía que escribirlo. Llené hojas y hojas de poemas... dirigidos hacia ella. Y también le pinté las paredes de su habitación, y traté de pintar con acuarelas bonitos paisajes, y otras cosas que se me ocurrían. Al terminar una pintura, me levantaba y me mareaba un poco, enseguida su figura se aparecía ante mí, y yo empezaba a inventar un gran discurso sobre mi obra; describiendo lo que sentí al pintarla, los colores que usé, todo a gran detalle. Me entusiasmaba mucho. Me sentía muy feliz cuando pensaba que ella llegaría y me daría un gran aplauso, haciéndome sentir orgullosa. Otras veces cantaba mirando al cielo y su rostro siempre veía formarse sobre las nubes. En las noches, rendida por un sueño que no llegaba, me levantaba de la cama y prendía la estufa, colocaba la tetera y esperaba... ante el cristal del ventanal, viendo cómo ese inmenso árbol danzaba suave con el viento. Me imaginaba a mí misma como una de sus hojas. Hasta que el sonido del agua hirviendo me sacaba de mis pensamientos. Tomaba aquella infusión, sola, sentada ante la mesa, y en suma oscuridad. Sabía a lavanda y frutos rojos y después de media taza me hacía pestañear. La dejaba en el lavabo, o a veces me la terminaba ya en mi cama. Y así, me echaba todas las cobijas encima, sin preocuparme por el día de mañana ...
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