A.

A. era diferente, a ella le gustaba estar sola y mirar lo que le rodeaba, le gustaba trepar árboles, comer sus frutos, recostarse en el césped y ver los pequeños insectos curioseando entre la hierba y sobre la tierra, y mirar a lo alto del cielo de aquel árbol inmenso ...
Atrapar los chapulines bebés y jugar con caracoles y hormigas. Le gustaba acariciar conejos y gatos, y soñaba con volar como las aves. Espiaba entre las ramas para ver los nidos de los pájaros y recolectaba piedras que brillaban, pensando que venían del mar y las arenas...

Le gustaba subir hasta el tejado y ver las hojas de árboles lejanos, los colores del cielo e imaginar qué habría más allá.

Para ella, la Luna era un sueño que tenía que alcanzar. En las noches especialmente húmedas abría las cortinas y colgaba sus suspiros en la ventana. Descubría sus ojos y miles de luces explotaban a la distancia..

A ella le gustaba regar su patio y ver cómo el agua corría hasta aquel estanque de suciedad, de color gris verdoso y café, meter las manos en él para sentirse viva de nuevo, llenarse las uñas de tierra, ver los torrentes de agua que caen desde el techo al otro lado de la ventana, bajando apresuradamente dibujando un patrón como el de una pequeña cascada  por cuyos lados caían gotas a un ritmo lento, como el de una campanilla. Y al lado izquierdo, caía otra más que siempre deja un hilo después de cada gota...

A ella le gustaban las manchas en la pared; reconocer figuras, siluetas de personas malformadas. Sintonizar la radio y balancear sus pies sentada sobre el marco de la ventana. Leer cuentos, bañar gatos y beber limonada con demasiado limón.

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