En una Tierra reinada de niebla había un acantilado y en ese acantilado un árbol, y ese árbol era un pino, pero sólo era un pino un día en todo un año. Los demás días era un gran roble o una bella jacaranda. 

Los otros días, como el 31 de marzo, sus hojas se tiñaban de lila y su cuerpo se volvía más coqueto; poseía la chispa de la vida.

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